
No me gustan las navidades. Bueno en realidad hubo una época en la que sí me gustaron pero me las han ido estropeando.
Me las han estropeado los anuncios de colonias, los de juguetes, los de las cadenas de televisión; el «buen rollito», las buenas intenciones y el amor al prójimo con fecha de caducidad; Papá Noel, los Reyes Magos y los otros reyes con sus discursos y felicitaciones retocadas; los grandes almacenes que hacen que sea navidad en pleno mes de noviembre; los villancicos, los beatos y creyentes de medio pelo que van a misa como si fueran a un coctel de lujo; los programas de televisión, sus presentadores y las galas en los que éstos cantan; el comer hasta reventar, el dejarse la paga en 200 gramos de camarones o en media cigala; el tener que regalar y cuanto más caro, mejor; los mensajes de los móviles, el FLZ NVDAD; las conversaciones con la familia; el fin de año, los adolescentes borrachos con la corbata atada en la frente y las adolescentes meando en la calle con el vestido por la cintura; el consumismo feroz, el no poder escapar a él; el tener que decir gracias cuando te dicen Feliz Navidad.